jueves, 28 de diciembre de 2017

Veinte años después 4

Cuando tuve al Pequeño entre mis brazos, cerré los ojos.  Sentí que había encontrado mi casa. Mis brazos y mi regazo se sentían  en pleno funcionamiento. Mi boca cantando canciones, mi oído atento a su respiración. .. Mi sitio estaba allí, sentada entre pajas , en medio del campo, cansada y casi sin abrigo en la noche fría, pero  con Él entre mis brazos.
Fijé mis ojos en  los ojos del Niño Ya no pude despegar mi mirada.
Olvidé las noches de llanto, las preguntas llenas de insultos de los otros niños, la soledad que apareció al desaparecer mamá, las rabietas con los que castigaba a padre por no haber sabido retenerla, la amargura que quedaba al fondo de mi alma. Ira, rabia, dolor .....Todo, absolutamente todo eso, El lo estaba sanando. Me sentía libre, en paz, satisfecha. Y sobretodo muy muy muy feliz.

Pasaron los años. A los dos meses de cumplir los trece, falleció padre Me fui a vivir con los abuelos. A los quince, volviendo de la fuente, una vecina me dijo que mi madre había muerto. Pensaba que había fallecido hacía años,  pero ella me dijo que no, apenas hacía una semana que había muerto. Y siguió contándome: mi madre se fue del pueblo, dejándonos a mi padre y a mi.  Abandonando a su única hija, a mi. Mi padre decidió evitarme el dolor,  decirme que había muerto.
Ese día me acabé de romper por dentro. Nadie, ni siquiera mi propia madre, me había querido.

Si hubiera podido recordar la expresión feliz del Niño, deseando que lo acunara en mis brazos. La  mirada sobrecogedora, impresionante;  conmovedora, Si hubiera retenido por siempre en mi cabeza ese momento, entonces nunca nada ni nadie me habría podido hacer  ni el menor daño.


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